Adela de Batz de Trenquelléon

Cuando la gente mira a un recién nacido, enseguida empieza a sacer parecidos: para unos se parece mucho a su padre, otros ven la cara de su madre; y es un orgullo para los padres que sus hijos se parezcan a ellos. Adela, como todos, heredó de sus padres no sólo el parecido físico sino muchas cosas más.

Su padre es el Barón Carlos de Batz de Trenquelléon, dueño del castillo donde vive la familia y de todas las tierras que lo rodean. Es militar y muy a menudo está fuera de casa al servicio de su majestad el rey de Francia. Cuando su padre está en casa Adela es especialmente feliz. Su relación con sus padres es excelente, pero diferente con cada uno. Su padre es considerado y cariñoso, aunque dada su profesión de militar parezca serio y distante para los extraños. Adela es su hija mayor, y aunque su vida toma un rumbo diferente a lo que él podría esperar, la admira y la quiere más allá de toda medida. El barón acostumbraba a traerle algún regalo a la altura de su condición aristocrática: muñecas en la niñez, bonitos vestidos cuando es mayor… pero pronto se da cuenta de que no es eso lo que Adela quiere y lo que le hace feliz. Ahora, cuando vuelve de París, Agen o Burdeos, le trae algo para los pobres, para su oratorio…

De su padre, Adela debió heredar el ser una persona con un carácter fuerte, pero disciplinada, firme en sus decisiones y con un gran sentido de la responsabilidad.

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Su madre es Mª Úrsula de Peyronnencq, descendiente de San Luis y de una familia noble. Es una mujer extraordinaria que se ocupa de la educación de sus hijos y sabe acompañarles en cada momento de su vida. Adela va muchas veces con su madre a visitar a las familias que viven en sus tierras, visita a los trabajadores en sus casas, les lleva comida, ropa y medicinas, cuida de los enfermos como si fuesen de su propia familia… Adela aprendió bien de su madre cuyas obras de caridad son incontables (incluso para su propia familia). Cuando la baronesa murió sólo tenía 5 francos y la ropa que tenía al uso. Es seguro que Adela heredó de su madre la generosidad con los pobres, el tratar a todos por igual sin creerse superior por ser de una familia noble, la sencilllez y, sobre todo, el amor a Dios sobre todas las cosas.

Adela nació el 10 de junio de 1789. Habría que haber visto la cara de felicidad de sus padres y de todas las gentes de la región que apreciaban mucho a la familia de Trenquelléon. Lo primero que hicieron ese mismo día fue bautizar a Adela en la Iglesia de Feugarolles. Ella no se acordaba de ese día (como nos sucede a todos los que hemos sido bautizados de pequeños), pero toda su vida celebrará el aniversario de su bautismo.

Ser bautizado es una de las cosas más importantes en la vida de una persona. Es una lástima que no lo recordemos más a menudo. Seguramente nuestra vida sería diferente.

Si te has fijado, se suele grabar la cara de personas importantes en las monedas. Nos sentimos afortunados de llevar en nuestros bolsillos los euros con la cara del rey y de Miguel de Cervantes, y hay quien piensa que eso da la felicidad, tener cuantas más mejor. Una moneda con la cara de un personaje no le cambia la vida a nadie, al menos en profundidad.

Adela descubrió que desde el día que la bautizaron se había grabado algo en su interior. Y así es, todos lo bautizados llevamos grabada la cara de Dios dentro de nosotros. Descubrió el tesoro que todos llevamos dentro, más valioso que miles de monedas. Leemos en el Génesis que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero Adán y Eva cometieron un pecado que emborronó esa imagen. Con el bautismo se nos devuelve la imagen de Dios que está impresa dentro de nosotros.

adela-batz-trenquelleon“Al mal tiempo, buena cara”, así dice el dicho. Si nos fijamos en Adela, podemos decir que se cumple el refrán. A nosotros, por lo general, se nos nota en la cara si las cosas van mal.

  • El año que nació Adela estalló la Revolución Francesa. Su padre tuvo que refugiarse en Londres sin saber cuándo podría volver a ver a su mujer y sus hijos. El castillo de Trenquelléon fue registrado y dos veces intentaron saquearlo. La madre de Adela, Mª Úrsula, apareció en la lista de emigrados, eso quería decir que si la encontraban en territorio Francés sería arrestada y probablemente condenada a muerte, y que todos sus bienes se los quedaba el estado. La baronesa le explica a sus hijos que debe marcharse rápidamente de Francia y les da a elegir: quedarse en el castillo con su tía o ir con ella. Adela y su hermano Carlos no lo dudan y se marchan con su madre. Sin equipaje, sin dinero, y sin nada cruzan la frontera de España. Llegan a un país extranjero, pero en España Adela respira paz. No hay que ocultarse por ser católico, se puede ir a misa sin miedo. Lo que Adela recordará siempre de aquella época, aunque era muy pequeña, es que su madre rezaba sin descanso. Y cuando se reza las cosas acaban bien.
  • Después de 4 años en el exilio la familia pudo volver al castillo de Trenquelléon. En 1804 murió su tía Catalina Ana. Adela la quiere mucho y verla morir le produce un gran dolor. Pero Adela se da cuenta de que la muerte de un cristiano no es espantosa. Cuando le llevan la comunión por última vez a su tía, Adela ve su rostro lleno de paz, de alegría y esperanza. “Porque normalmente, tal como es la vida así es la muerte”.
  • Los años siguientes a la fundación de las Religiosas Marianistas, la salud no le acompaña y a partir de 1826 pasa temporadas muy enferma. Ese mismo año se funda una nueva comunidad en el otro extremo de Francia, en Arbois. Adela anima a las religiosas y les habla con entusiasmo de lo importante que es estar unidas. Su cuerpo está enfermo, pero su cara lo dice todo.

 

Estos son ejemplos de cómo las dificultades pueden ser vividas de otra manera. Cuando pierdes a un ser querido, cuando nos llega la enfermedad, o simplemente nos parece que todo está mal, el secreto está en recordar la presencia de Dios que es constante en nuestra vida.

Adela decía:

¡Ánimo, pues! Que no veamos nunca tu cara

con las arrugas de la tristeza. (617.4)

Adela le escribe a una de sus mejores amigas. Tenía 20 años.

 

25 de agosto de 1809

Hoy te escribo, querida Águeda al terminar mi rato de meditación. He estado reflexionando sobre algo muy bello: el conocimiento de sí mismo. En primer lugar, no nos conocemos a nosotros mismos porque no nos examinamos bastante. No reflexionamos sobre nuestras tendencias, sobre las intenciones que nos hacen actuar, sobre los motivos que nos determinan.

En segundo lugar, a menudo nos comparamos con personas que tienen muchos defectos, que viven de una manera superficial, y así no es extraño que acabemos teniendo una falsa autoestima.

Tenemos que comparar nuestra conducta con Jesús, Él es nuestro Modelo, y con los santos que han sido seguidores de Jesús, y entonces veremos qué lejos estamos de ser lo que creemos. Pensemos, querida Águeda, qué piensa Dios de nuestras mejores acciones, qué somos a sus ojos.

La revolución francesa se inició durante los meses en que se gestaba la vida de Adela en el vientre de Mª Úrsula, su madre, y su padre sufría los avatares de Francia a finales del siglo XVIII. Los Estados Generales se reunían en Versalles para debatir la grave crisis que asolaba la nación, el Tercer Estado reclamaba justicia e igualdad, mientras los estamentos privilegiados se resistían a los cambios sociales, políticos y económicos inspirados por la Ilustración y exigidos por la evidente realidad del déficit del Estado y el hambre de la gente en campos y ciudades.

El desarrollo de la revolución, el despojo de los bienes familiares, el exilio, el desarraigo, la pobreza que contempló en el entorno del castillo de Trenquelleón donde nació, así como la proximidad de la muerte… llevaron a Adela a descubrir la precariedad de la vida y el tesoro de los valores eternos, hasta vivir en el castillo con el corazón libre, sin sentido de posesión, como el peregrino que sueña caminos y metas, prepara y espera pacientemente el momento de su salida para caminar hasta alcanzar y gozar los bienes deseados.

En esta realidad nació, creció y escuchó Adela la llamada de Dios. La experiencia profunda de su amor fue desde su infancia haciendo mella en su interior, alcanzado en su adolescencia y juventud la hondura de aquellos elegidos que seducidos por Jesús, siguen sus huellas iluminados por la luz del Espíritu, fortalecidos por su Palabra, acompañados de su Presencia.

Así es Adela, mujer profunda, seducida por Dios, cuya espiritualidad se nutre del Espíritu Santo en la oración y los sacramentos. Jesús, su gran tesoro, fue la fuente de su alegría y el motivo de un entusiasmo capaz de agrupar en la Pequeña Asociación a jóvenes y adultos para compartir la fe, la oración y la misión.

El liderazgo natural de Adela, contagiado del estilo de Jesús, tuvo el atractivo del testimonio de vida, de la amistad y el afecto que desprendían sus cartas, del dinamismo que mantuvo en sus reuniones y viajes apostólicos por los pueblos del Agenesado. La inquietud del corazón de Adela en su búsqueda de Dios, su deseo de progresar en la vida interior y la Providencia la enriquecieron con el espíritu de las Congregaciones Marianas del Padre Chaminade en Burdeos.

Y así, poco a poco, el amor de Dios se convirtió en Proyecto, “Su querido Proyecto” de vida consagrada en comunidad y en alianza con María, entregada al servicio del evangelio.